Hace mucho calor. En cuanto piso el asfalto de esta ciudad, reconozco que el aire no quiere que respiremos.
Esas olas de mar cálido y transparente que ondean cuando miro a lo lejos traducen mis pensamientos en desánimo al caminar, pero por mucha poca alegría que tenga en cada paso no puedo aflojar, la amenaza parece ser peor que una leve sed. Llevo agua en el bolso pero empieza a estar caliente, llevo 5 kg en la mochila, no es mucho, hice bien.
La sombra es la sombra de lo que un día fue sombra pues no te protege del calor y pareciera que el sol se burla de las paredes de los edificios. Las aceras están limpias pues quedamos pocos salvajes en la ciudad. Veo las calles llenas de pintadas, como si los jóvenes las firmaran antes de abandonar la ciudad cuando era bulliciosa. Los abanicos deberían ser la banda sonora de la calle, pero a penas oigo el mio. Ya llego a la otra parada de autobús, en un kiosco me compro un granizado de limón, algunas personas charlan en la calle, no las veo tan deshechas como a mí, pero lo están, si pongo el oído les oigo quejarse del calor, las mismas quejas que proclamo dentro de mi cabeza. Cada uno con su lenguaje pero el sentimiento de convertirse en un gran huevo frito es común en los pocos que quedamos en estas calles.
No tenemos las bolas de hierba seca de las películas pero aquí pasan los pequeños autos escoba del servicio de la comunidad y se les escucha, son coches eléctricos, pero se oyen sus cepillos barriendo la nada, algunas colillas.
Llegan autobuses pero no son el mio, desprenden vapor ardiente como cafeteras que expulsaran el humo en bruma. Me lo escupen a la cara por incauta. Algo más de media hora, a lo lejos llega mi autobús y me preparo ilusionada, no es el único calor que pasaré, he venido para quedarme una semana, retarme yo contra la alerta roja por temperaturas, retarme contra la ausencia de brisa marina, quizá busque un ejército. Desde mi comedor he visto en la morera joven una mantis religiosa, muy quieta, ella es la primera aliada que encontré sigue en la misma rama desde la primera hora en que pisé mi casa. Este medio día vi un ciervo volador, es mi estratega, los gatos quisieron cazarlo pero no consiguieron nada mas que cinco minutos de juego, este bichejo es parte de mi equipo. Qué pena que la cámara de fotos tenga un macro tan patético, quería presentaros a algunos de mis aliados, esperamos hacernos más fuertes y no desechamos la idea de aliarnos con más. Por ahora soy fuerte y me apoyan. Si me ven aflojar quizá se revelen, nunca tuve el mando así que no sé que cuidados hay que tener. Me quedan unos días hasta que abandone el sureste peninsular con mi rehén, mi madre, que me la llevo una semana a Ibiza, más vale que este salvaje oeste se porte bien y no siga tan caluroso. Sino... ¿quién podrá batallar contra esta ciudad?
Esas olas de mar cálido y transparente que ondean cuando miro a lo lejos traducen mis pensamientos en desánimo al caminar, pero por mucha poca alegría que tenga en cada paso no puedo aflojar, la amenaza parece ser peor que una leve sed. Llevo agua en el bolso pero empieza a estar caliente, llevo 5 kg en la mochila, no es mucho, hice bien.
La sombra es la sombra de lo que un día fue sombra pues no te protege del calor y pareciera que el sol se burla de las paredes de los edificios. Las aceras están limpias pues quedamos pocos salvajes en la ciudad. Veo las calles llenas de pintadas, como si los jóvenes las firmaran antes de abandonar la ciudad cuando era bulliciosa. Los abanicos deberían ser la banda sonora de la calle, pero a penas oigo el mio. Ya llego a la otra parada de autobús, en un kiosco me compro un granizado de limón, algunas personas charlan en la calle, no las veo tan deshechas como a mí, pero lo están, si pongo el oído les oigo quejarse del calor, las mismas quejas que proclamo dentro de mi cabeza. Cada uno con su lenguaje pero el sentimiento de convertirse en un gran huevo frito es común en los pocos que quedamos en estas calles.
No tenemos las bolas de hierba seca de las películas pero aquí pasan los pequeños autos escoba del servicio de la comunidad y se les escucha, son coches eléctricos, pero se oyen sus cepillos barriendo la nada, algunas colillas.
Llegan autobuses pero no son el mio, desprenden vapor ardiente como cafeteras que expulsaran el humo en bruma. Me lo escupen a la cara por incauta. Algo más de media hora, a lo lejos llega mi autobús y me preparo ilusionada, no es el único calor que pasaré, he venido para quedarme una semana, retarme yo contra la alerta roja por temperaturas, retarme contra la ausencia de brisa marina, quizá busque un ejército. Desde mi comedor he visto en la morera joven una mantis religiosa, muy quieta, ella es la primera aliada que encontré sigue en la misma rama desde la primera hora en que pisé mi casa. Este medio día vi un ciervo volador, es mi estratega, los gatos quisieron cazarlo pero no consiguieron nada mas que cinco minutos de juego, este bichejo es parte de mi equipo. Qué pena que la cámara de fotos tenga un macro tan patético, quería presentaros a algunos de mis aliados, esperamos hacernos más fuertes y no desechamos la idea de aliarnos con más. Por ahora soy fuerte y me apoyan. Si me ven aflojar quizá se revelen, nunca tuve el mando así que no sé que cuidados hay que tener. Me quedan unos días hasta que abandone el sureste peninsular con mi rehén, mi madre, que me la llevo una semana a Ibiza, más vale que este salvaje oeste se porte bien y no siga tan caluroso. Sino... ¿quién podrá batallar contra esta ciudad?
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